Alzó la vista
del libro que estaba leyendo y miró por la ventana del dormitorio. La calle
estrecha bordeada de jóvenes castaños se divisaba con total claridad de un extremo al otro. Fue entonces
cuando la vio. Caminaba en medio del asfalto porque la tranquilidad de la zona
delataba a los vehículos que circulaban por ahí mucho antes de su proximidad.
La observó con admiración. Llevaba botas altas de tacón y una falda plisada
corta como las que utilizan las niñas de los colegios privados que exigen
uniforme; pero su vecina no era una niña. Se detuvo frente a la puerta de la
casa de enfrente, puso una pierna en el bordillo de la acera, apoyó el bolso
sobre el muslo y buscó las llaves. El cabello largo y castaño le cayó sobre el
rostro, impidiéndole ver el contenido del bolso, se lo echó hacia atrás con
impaciencia y volvió a rebuscar entre sus pertenencias hasta que finalmente
encontró la llave y abrió la verja; el jardín estaba muy descuidado y ella lo
miró unos instantes, preguntándose cuándo tendría tiempo de arreglarlo. Después
entró en la vivienda.
Toni observó la casa unos instantes antes de sumergirse en la
lectura una vez más, pero al caer la noche, la imagen de su vecina volvió a su
mente y se durmió pensando en ella y en esos impresionantes ojos azules. Se
despertó de repente, los perros del vecindario estaban inquietos y habían
comenzado a ladrar al unísono. Se asomó a la ventana y miró la casa de
enfrente, todo estaba a oscuras y en silencio. Las farolas de la calle estaban
apagadas, lo cual era extraño ya que siempre permanecían encendidas hasta el
amanecer. Observó el cielo. Se veían muy pocas estrellas. La contaminación
proveniente de los polígonos industriales de los alrededores y la humedad del
clima hacían que el cielo estuviera casi siempre opaco, así es que se
sorprendió al ver una estrella fugaz; siguió mirando el firmamento y vio varias
más, en cuestión de segundos contó un par de docenas, pero de pronto dejaron de
caer. “Qué raro -se dijo así mismo-, no he oído decir nada en las noticias
sobre una lluvia de estrellas y menos aún en esta época del año”. Encendió el
ordenador y buscó información en Internet sobre el fenómeno que acababa de
presenciar, pero no encontró nada. Se asomó de nuevo a la ventana y observó el
cielo, pero ya no vio ninguna estrella fugaz más, solamente los tres o cuatro
puntos brillantes que solían aparecer cuando la noche estaba despejada. “Tal
vez lo he soñado”, pensó. Luego se metió en la cama y se quedó dormido casi al
instante.
Cuando despertó al día siguiente volvió a buscar información sobre
la lluvia de estrellas de la noche anterior. No encontró nada, aunque sí le
llamó la atención una noticia publicada en una página Web, que no le pareció
demasiado seria, en la que se comentaba que últimamente varías personas decían
haber visto luces extrañas en el firmamento.
Desayunó sumido en sus pensamientos sin prestar demasiada atención
al parloteo de su madre y después se fue a la estación para coger el tren que
lo llevaría la universidad. Una vez que hubo retomado la rutina cotidiana, se
olvidó de esa extraña noche.
Ya solo le quedaban pocas asignaturas para licenciarse en
telecomunicaciones. No tenía prisa. Antes de decidirse a estudiar una carrera
universitaria había viajado bastante y había realizado un sinfín de trabajos
durante un tiempo, hasta que se dio cuenta de lo que realmente quería hacer con
su vida. Vivía en casa de sus padres y, a pesar de tener ya veintiocho años, no
tenía planes de independizarse. De carácter alegre y extrovertido, hacía amigos
con mucha facilidad y, a veces, cuando no tenía exámenes también iba a esquiar,
o hacer barranquismo, dos de sus pasatiempos favoritos. Su vida parecía
bastante normal, sin embargo, algo extraño le estaba ocurriendo últimamente. La
noche de las estrellas fugaces no fue la única.
A pesar de no haber encontrado ninguna información sobre el
extraño suceso, él seguía observando una cantidad de estrella fugaces que no
era normal, pero lo más extraño, o sobrenatural, de todo era que solamente
observaba las estrellas fugaces cuando veía a su vecina.
Se llamaba Ángela y era arqueóloga. Siempre había sido muy
independiente y solía decir de sí misma que era como los gatos: cuando quería
que la acariciaran, se acercaba a los demás y cuando no, se mostraba arisca. En
cuanto cumplió los dieciocho años se fue a vivir a Londres donde pasó varios
años, luego también vivió en otros países del norte de Europa, estudió y
trabajó hasta que un buen día decidió regresar a Barcelona para establecerse.
La mayoría de sus amigas de la infancia se habían casado y tenían niños
pequeños, pero ella nunca había sido demasiado enamoradiza y tampoco aguantaba
a los niños, aun así acababa de cumplir treinta y cuatro años y necesitaba
echar raíces en algún sitio, necesitaba tener algo propio. Por eso compró la
casa y se trasladó a ese pequeño pueblo del Vallés Oriental, aunque había otro
motivo mucho más importante para ella. Más que un motivo, era un sueño, una
fantasía que tal vez jamás se haría realidad, pero tenía que intentarlo,
llevaba años investigando y sabía que estaba cerca, muy cerca.
Al poco tiempo, empezaron a saludarse cuando se encontraban por la
calle. Después, los saludos se convirtieron en conversaciones y un día Toni fue a pedirle azúcar, (en vez de ir a
comprarla a la tienda de la esquina) con la excusa de que a su madre se le
había acabado. Sentía mucha curiosidad por su vecina y había empezado a
fantasear sobre qué hacía durante días enteros encerrada en esa vieja casa.
Ella lo invitó a pasar y parte de esa curiosidad quedó satisfecha pues le contó
que daba clases para la universidad a distancia de Londres y que además estaba
trabajando en un proyecto personal, de ahí que pasara días enteros sin salir.
Mientras se dirigían a la cocina, Toni vio que una de las habitaciones había
sido transformada en gimnasio y luego miró descaradamente las largas piernas
bien torneadas por el ejercicio bajo la minifalda de Ángela. Ella se sintió
observada, pero no le importó porque la atracción era mutua. Después vino la
invitación a cenar tras la cual empezaron a salir juntos. Al principio fue una
relación puramente pasional, pero poco a poco ella lo dejó entrar en su mundo
particular, en ese extraño mundo de fantasía en el que había estado trabajando,
recopilando información, datos e historias acerca de un templo romano que,
según sus cálculos, se hallaba en la zona. Esa era la principal razón por la
que había buscado casa en la localidad. Sabía que, si estaba en lo cierto,
sería un gran descubrimiento; y si se había equivocado, tampoco le importaba
demasiado, seguiría investigando. Seguiría indagando, excavando e
inspeccionando lo que hiciera falta hasta hallar su particular templo romano:
el sueño de su vida.
Pasó el otoño y también el invierno. Ángela se había enamorado,
pero la relación entre ellos estaba oculta a los demás. No conocía a los amigos
de Toni, nunca salían en grupo, siempre estaban solos. A veces él salía con sus amigos, pero a ella nunca la invitaba para que los acompañara. Sabía quiénes eran los
padres de él porque alguna que otra vez se los había encontrado por la calle, pero
nunca había hablado con ellos. Conocía el motivo: él no quería una relación
seria, se lo había dicho en más de una ocasión, no quería ataduras, no quería
sufrir ni hacer sufrir. Pero ella pensaba, o le gustaba pensar, que en realidad
él no quería enamorarse porque no quería sentirse perdido sin ella, no quería
necesitarla. Para ella, sin embargo, ya era demasiado tarde porque se sentía
ligada a él de por vida. Lo amaba profundamente y le dolía que él no quisiera que ella formara parte de su vida. Su corazón sangraba cada vez que se veían.
−¿Sabes? –le dijo Toni en una ocasión−, la primera vez que te vi,
hubo una lluvia de estrellas por la noche y, por extraño que parezca, cada vez
que me encontraba contigo era como si las estrellas se cayeran del cielo.
−Hay una leyenda muy antigua que dice que las hadas organizan un
baile en las estrellas cuando alguien se enamora –dijo ella
sonriendo con tristeza. Siempre estaba triste, aunque estuvieran juntos.
Él sonrió también.
−Me estás tomando el pelo, no hay ninguna leyenda de ese tipo.
−Es verdad, no la hay, pero estaría bien que la hubiera. Si así
fuera, te echaría polvos de hada para que no dejes de pensar en mí, para que
nunca me olvides, para que haya un continuo baile en las estrellas.
Él rió divertido, luego la acercó hacia sí y la besó.
Esa noche volvió a presenciar una lluvia de estrellas y, al igual
que en ocasiones anteriores, no encontró ninguna información al respecto.
Ángela estaba segura de haber dado con su templo romano, según sus
investigaciones, debía de estar debajo de una vieja casa abandonada, rodeada por
un extenso huerto de melocotoneros que crecían sin ningún cuidado en medio de
la maleza y los hierbajos. “El jardín está mucho peor que el mío”, pensó
mientras observaba el lugar. Se informó acerca de quién era el dueño, pero el
propietario estaba en paradero desconocido, no tenía descendencia de la que se
supiera, ni había dejado a nadie al cuidado de sus posesiones. Sin embargo, eso
no iba a ser un impedimento en su búsqueda.
Convenció a Toni para que la acompañara. Acababa de terminar los
exámenes y prácticamente no se habían visto en las últimas semanas porque él se
había encerrado en la biblioteca de la universidad para poder concentrarse y
estudiar, y para evitar pensar en Ángela, aunque eso a ella no se lo había
dicho ni pensaba decírselo. El reencuentro había sido intenso y a ella no le
costó convencerlo para que la acompañara durante su expedición nocturna.
−Será divertido −dijo Toni aunque dudaba mucho de que pudieran encontrar nada.
La primavera había entrado con fuerza y el aroma de flores
silvestres era intenso en el jardín
abandonado. La vieja verja cedió fácilmente. La hierba estaba muy crecida, lo
cual dificultaba el paso y añadía emoción a la aventura. Se dedicaron a
inspeccionar el huerto antes de entrar en las ruinas de la vivienda a través de
una ventana rota. Llevaban linternas.
−Lo que vamos buscando es algún tipo de acceso oculto −dijo Ángela−. Si esta primera expedición no sirve de nada, entonces tendremos que regresar y excavar en el huerto hasta encontrar el acceso al templo.
No fue necesario regresar. Toni encontró la entrada de un sótano
cuyas paredes parecían muy antiguas y a Ángela se le iluminó la mirada.
Tantearon las paredes húmedas y pegajosas del sótano en busca de piedras
sueltas y hallaron lo que parecía ser una entrada tapiada. Con ayuda de una
pequeña herramienta desprendieron una tras otra las piedras que tapaban el
acceso a otra habitación más pequeña y que daba a un pozo subterráneo por el
que se adentraron. Estaba segura de que ese camino los llevaría hasta su templo
soñado que, según ella, se encontraba debajo del huerto de los melocotoneros.
Ángela estaba viviendo un sueño, pero Toni se sentía mareado y un sudor frío
empezó a correrle por el cuerpo, miró hacia arriba en busca de aire fresco,
aire que no le llegaba de ningún sitio y que comenzaba a necesitar con
desesperación. Al mirar hacia arriba vio las estrellas una vez más, pero eso
era algo imposible. Se detuvo en seco, ¿qué le estaba pasando? Veía estrellas
fugaces dentro de un túnel, bajo tierra, ¿acaso se estaba volviendo loco?
Entonces la vio. Era la estrella más grande que jamás había visto, tan grande
que no cabía en su campo de visión, era muy hermosa, pero se hizo demasiado
doloroso seguir mirándola y no lo pudo soportar más, pensó que la cabeza le iba
a estallar. Cayó fulminado por el intenso resplandor y perdió el conocimiento
durante unos minutos.
Cuando abrió los ojos, Ángela estaba encima de él con el rostro
contraído por la angustia y con lágrimas que humedecían sus ojos azules.
−Me
has dado un susto de muerte –le dijo con apenas un hilo de voz−, ¿puedes
moverte?
Él asintió. Se sentía turbado. Aún tenía la imagen de la estrella
grabada en el iris. Ella se abrazó a él y salieron al exterior, después lo
acompañó a casa y lo llevó hasta el dormitorio con la ayuda de la madre,
mientras que el padre, preocupado, llamaba al médico; era la primera vez que
Ángela hablaba con los padres de Toni.
Murió a los pocos días.
El tumor cerebral se había hecho tan grande que ya no tenía
solución.
Estaba vestida de negro, las lágrimas le resbalaban silenciosas
por las mejillas, tenía una rosa roja en las manos; había apretado tanto el
tallo que se había clavado las espinas y las manos le sangraban. Los amigos de
Toni la miraban y se preguntaban quién podía ser, casi todos se conocían entre
ellos, pero nadie la conocía a ella. Uno de los amigos de Toni era médico y
recordaba haberla visto en el hospital así es que se dirigió a ella y le
preguntó:
−¿Eras su novia?
Ella se encogió de hombros con tristeza y contestó:
−Me dijo que cuando me conoció, vio una lluvia de estrellas. Creo que es lo más
bonito que me han dicho nunca... Un baile en las estrellas –añadió con un nudo
en la garganta−. ¿Era la enfermedad la que… le hacía ver esas cosas?
El
médico asintió y después de una pausa añadió:
−Me habló de ti, ¿sabes? Me dijo
que lo que sentía por ti, no lo había sentido nunca por nadie… y eso no lo
causó la enfermedad. Luego, al ver que ella no contestaba, se alejó y se unió
al resto de sus amigos.
Hacía rato que el entierro había concluido, pero aún quedaban
algunas personas esparcidas por el cementerio. El cielo estaba grisáceo y
amenazaba con tormenta, una tormenta de primavera. Ya empezaban a caer las
primeras gotas. Ángela se acercó a la tumba y depositó la rosa roja
ensangrentada con su propia sangre, luego se quitó un brazalete de oro de la
muñeca y lo dejó junto a la rosa. El mismo joven con el que había hablado y que
seguía observándola con curiosidad volvió a dirigirse a ella:
−Ese brazalete parece antiguo y muy valioso.
−Sí, es romano.
−No lo dejes ahí, hay mucha gente sin escrúpulos… puede que
alguien se lo lleve.
−No importa –dijo ella misteriosamente−, me hubiera gustado
dárselo en vida, ahora ya es demasiado tarde, pero es suyo.
−Tienes heridas en las
manos –le dijo cogiéndole las muñecas y observándole las palmas−, ven conmigo, te las
curaré.
−No es necesario −contestó ella con tristeza, las heridas de las
manos le calmaban las heridas del corazón.
−Además −añadió−, he venido caminando y quiero
regresar dando un paseo.
Pero él se empeñó en acompañarla y no aceptó un no por respuesta. Había empezado a llover con
fuerza.
Al pasar frente a la vieja casa rodeada del huerto de
melocotoneros, el joven médico detuvo el coche un momento y señaló la casa:
−¿Ves ese lugar tan descuidado? Era de mi abuelo, acabo de enterarme, no tenía
ni idea, pero ahora tengo planes de dejar la ciudad y arreglar esa vieja casa
para instalarme en este pueblo.
A Ángela le dio un vuelco el corazón e
impulsivamente dijo:
−Te la compro.
El médico sonrió y siguió conduciendo,
pensaba que Ángela estaba bromeando, pero no lo estaba.
La llevó a su casa y le curó las heridas de las manos. Después Ángela
lo acompañó hasta la verja.
Al despedirse de ella, sintió deseos de besarla,
pero se contuvo.
−Entiendo que Toni viera una lluvia de estrellas cuando estaba
contigo −le dijo.
−Un baile en las estrellas –le corrigió ella y luego añadió−: es
una leyenda antigua… En cuanto a la compra de tu casa, lo decía en serio.
−No está en venta, lo
siento –contestó él y tras una pausa preguntó con curiosidad−. ¿Por qué quieres
comprarla? Ya tienes una casa.
−Es una larga historia
−confesó ella.
−Que tal vez me cuentes algún día −dijo él acabando la frase de
ella.
−La casa es tuya, así es que no tendré más remedio que hablar de nuevo contigo −dijo pensativa y después añadió−:
¿Te interesan los templos romanos?
−Y los bailes en las estrellas también −contestó mientras se dirigía a su coche.
Ya había dejado de llover.
© Trinity P. Silver
Precioso!!!!!Me ha encantado desde principio a fin, me ha dejado con el corazón a cien y con la lagrimita a punto de salir.
ResponderEliminarMe gusta tu forma de escribir.
Un beso!!
¡Muchas gracias, Raquel!
EliminarTRINITY, QUE HISTORIA TAN ENCANTADORA, ME HA GUSTADO MUCHO, ME HE QUEDADO CON GANAS DE MÁS, TE FELICITO...BESOS.
ResponderEliminarAy, gracias, Cristina :)
EliminarCuando vengo de nuevas a un blog, suelo mirar la primera entrada que escribió, no se el motivo pero me llama la atención, creo que la presentación de una persona dice mucho de ella, y bueno, empiezas con este pedazo de relato y me ha encantado. ¿Crees en las estrellas? Un besazo.
ResponderEliminarMe alegro mucho de que te haya gustado, Tamara :)
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