viernes, 24 de mayo de 2013

EL DORADO EN SOMBRAS 3ª Parte: La marcha (Si quieres leer este relato, baja para empezar a leer por la 1ª parte)




La marcha
Abro los ojos y no reconozco el lugar. Miro a mi alrededor y todo es de color blanco.


Estoy en la sala hospital.



—¿Estás bien, cariño? —me pregunta mi madre con preocupación.
Mi padre está a su lado y se retuerce las manos.
—Perdóname, Emma, perdóname… yo, yo…
—Tranquilo, papá,… estoy bien.

Es la verdad, no sé qué me han dado, pero me encuentro bien y despejada. Además, sé que él está arrepentido de habernos traído hasta aquí. Ya no estoy enfadada con él. Lo siento así ahora y ese nuevo sentimiento me hace estar tranquila y en paz.
La enfermera se acerca a mí y empieza a quitarme todos los aparatos y cables que tengo enganchados, luego me ayuda a incorporarme y me pregunta:

—¿Estás mareada?

Yo niego con la cabeza.

—Bien, pueden acompañarla a su habitación —les dice a mis padres.

Miro a mi alrededor y veo a más adultos y niños tumbados en camillas, están todos sedados, como tal vez lo estaba yo.

—¿Logramos despegar? —le pregunto a mi padre.
—Sí, fue una pesadilla, pero lo logramos. Estamos en el espacio de nuevo. Ha habido muchos heridos, pero ningún colono ha perdido la vida.

Suspiro aliviada y al hacerlo, me duele todo, tal vez no estoy tan bien como yo creía.

Han pasado varios días. 

Estoy deseando salir y ver a Xavier, él tiene información privilegiada gracias a su padre, él puede explicarme con detalle qué ha ocurrido. Ni mis padres ni ningún otro pasajero saben mucho, solo que el planeta resultó ser muy peligroso y que tuvimos que abandonarlo, "forma de vida salvaje incompatible con la vida humana", esa es la versión oficial.

Por fin salgo de mi convalecencia y me dirijo a la sala grande, pero primero paso por la habitación de Sarah y Rob. Me encuentro con Sarah, está entretenida resolviendo problemas matemáticos en una pantalla táctil. Rob y las niñas han salido a dar un paseo.

—¿Sigues pensando que fue una buena idea venir hasta aquí con vuestras hijas?

Ella parece cansada, pero sonríe, como siempre, y al hacerlo se le ilumina la cara.

—Pues claro, ha sido toda una experiencia viajar por el universo. Ahora el nuevo capitán deja los paneles de visión de la sala grande abiertos y podemos ver el firmamento en todo su esplendor, ¿no lo has visto todavía?
—No, pero iba hacia allí ahora, solo quería saludaros.
—Eres un encanto.
—Entonces, ¿no estás desilusionada?
—No, que va… Bueno, me hubiera gustado vivir en El Dorado… ya me imaginaba vestida de oro de los pies a la cabeza, como Cleopatra.
—Pero os engañaron, nos engañaron a todos, nos prometieron algo que no podían prometer —digo con rabia.
—Bueno, pero ahora vamos de regreso a la Tierra después de haber viajado por el espacio… Es maravilloso. En serio, ve a ver el firmamento, solo por eso ha merecido la pena este viaje.

Sarah sigue sonriendo, la verdad es que me gustaría ser tan optimista como ella, pero no puedo serlo. Cuando pienso en las mentiras, me pongo furiosa.
Me despido de ella y sigo mi camino hacia la sala grande. Enseguida veo a Tim, pero no veo a Xavier por ningún sitio.

—Hola Bella Durmiente, ahora que no está la capitana, sí que eres la chica más guapa de la nave —me dice con una sonrisa encantadora.

No me gusta que haga bromas con la muerte de la capitana, pero no le digo nada porque no lo entendería y seguiría haciendo más bromas… Él es así, creo que no lo hace con maldad.

—¿Has visto a Xavier?
—Ah, claro, mi eterno rival, después de que te salvara la vida con ese acto tan heroico, no me extraña que estés colada por él.
—¿Me salvó la vida?
—¿No te acuerdas?

Empiezo a recordar. Recuerdo como vino a ayudarme y como me agarró para saltar hacia el otro lado de la sala, recuerdo que me sujetó a mi asiento antes de ponerse él a salvo.
Miro hacia el otro extremo y lo veo allí de espaldas, observando el firmamento. Sarah tenía razón, es una visión espectacular ahora que los paneles de visión están abiertos.

—Voy a darle las gracias —le digo a Tim mientras me dirijo hacia Xavier.
—Claro, ve, yo me quedaré aquí para no fastidiaros el reencuentro romántico.

Me sitúo a su lado para observar el espacio exterior y él se gira hacia mí.

—Me alegro de que ya estés bien.
—Gracias a ti.
—No me des las gracias, no lo pensé, solo lo hice.
—Quería hablar contigo.
—Lo sé.

No le digo nada más. Él ya sabe lo que quiero saber. Es extraño, nunca me había ocurrido algo así con nadie, solo nos basta una mirada para saber lo que quiere el uno del otro.

—Los dos supervivientes están en una sala especial en cuarentena. Solo uno ha hablado, el otro está en estado de shock… La sala está protegida  y la comunicación de imagen y sonido se lleva a cabo a través de la sala de control.

Se queda callado. Sé que le cuesta repetir lo que ha oído.

—Continúa, por favor, por muy horrible que sea, quiero saberlo.
—El superviviente les contó al resto de la tripulación que al llegar a las naves no encontraron a nadie. Ni siquiera había cuerpos o esqueletos, pero ellos notaban que no estaban solos. Notaban que los acechaban, así es que empezaron a ponerse muy nerviosos. La capitana, que encabezaba la marcha, se detuvo de repente y se giró hacia sus hombres, luego empezó a hablarles, a darles uno de esos discursitos de ánimo que tan bien se le daban, entonces… mientras ella hablaba… una sombra la envolvió, todos se quedaron mirándola asustados, pero ella no se había dado cuenta de que la sombra la rodeaba, y seguía hablando como si nada… hasta que la sombra la atrapó como si fuera una telaraña, la hizo un ovillo y... la reventó... Todos se quedaron unos segundos inmóviles por el impacto de lo que habían visto, pero enseguida echaron a correr horrorizados. Luego empezó el ataque… esas telarañas negras los empujaban, los hacían volar por los aires y luego los destrozaban como habían destrozado a la capitana, fueron cayendo todos, uno detrás de otro…

Creo que he dejado de respirar porque noto que me mareo. Me entra un sudor frío solo de pensar que todos podríamos haber terminado destrozados por esas telarañas. Me apoyo en el panel para no caer y cierro los ojos unos segundos.

—¿Estás bien?
—Sí, es solo que me asusta pensar en lo que podría haber pasado —digo incorporándome y mirándolo a los ojos de nuevo—. ¿Había... arañas?
—Los supervivientes dicen que no vieron ninguna, solo esas telarañas que parecían tener vida propia.
¿Y por qué están esos hombres en cuarentena?
—Porque mi padre no piensa dejarlos salir hasta estar cien por cien seguro de que se encuentran bien.
—¿Tu padre?
—Es el nuevo capitán, el resto de la tripulación lo decidió por mayoría… Fue el único que se dio cuenta del peligro y ordenó el despegue inmediato. Algunos no querían marcharse hasta averiguar algo más sobre esas telarañas negras. Decían que si se trataba de una forma de vida, había que investigarlas. Otros no querían marcharse sin antes llevarse una buena cantidad de oro, así que hubo gritos, discusiones, divisiones... hasta algún que otro puñetazo... En fin, un poco más y no lo contamos. Aunque todavía hay algunas rencillas y malos rollos, la mayoría reconoce que mi padre nos salvó a todos.
—Y ha tomado la decisión de dejar abiertos los paneles de visión para darnos algo bueno.

Xavier se queda callado, sé que hay algo más, algo que no me ha dicho todavía.

—¿Qué ocurre? —le pregunto—. Vamos, Xavier, ya sabes que no voy a repetir nada de lo que me cuentes.... Puedes confiar en mí… Te debo la vida.

Lo miro con intensidad y de nuevo no sé qué ve él en mis ojos, pero le transmito algo, algo intenso, eso sí lo sé.

—Tarde o temprano se enterarán todos, pero mi padre no quiere que de momento lo sepan.

Hace una pausa y me mira a los ojos con la misma intensidad que yo lo había mirado.

—Con el ataque de las sombras y durante la huida se produjeron muchos destrozos. Hay sistemas que se han estropeado. Los miembros del equipo técnico de la tripulación ya han evaluado los daños. Algunos se pueden reparar, pero otros no tienen remedio… El sistema de hibernación ha quedado destrozado y no hay forma de repararlo...

Intento asimilar sus palabras, por un momento siento pánico, luego, desolación, luego, vacío. Me giro hacia el panel abierto y contemplo el universo. El viaje dura miles de años, sin hibernación no llegaremos nunca a la Tierra, nunca…

Trago saliva y me apoyo en el panel. Noto que Xavier está muy cerca de mí, parece como quisiera abrazarme, pero no lo hace. Me hubiera gustado tanto que me abrazara... Me recupero y lo vuelvo a mirar a los ojos. Luego miro a mi alrededor, la sala grande es el punto de encuentro entre los colonos, el lugar de juegos de los niños, las actividades sociales para los mayores,… dispone del espacio suficiente para dar paseos y hacer ejercicio… Nuestro hogar hasta que muramos.

—Estamos condenados a vagar por el universo —digo con apenas un hilo de voz.
—El universo es muy grande, tal vez encontremos un planeta donde podamos vivir.
—Que no tenga sombras, ni bichos, ni monstruos.
—En el mejor de los casos.
—¿Y en el peor?
—Nuestros descendientes llegarán algún día a la Tierra.

Esa idea me golpea como una bofetada, tal vez porque soy todavía demasiado joven para pensar en hijos y en descendientes.

—¿Sabes?  Mi único consuelo era pensar que cuando cumpliera los dieciocho, podría regresar a la Tierra. Hibernar hasta volver al planeta azul, volver a montar a caballo por los prados y las montañas. Ese pensamiento me tranquilizaba. No quiero ni imaginar que nunca jamás podré hacerlo… No quiero… No quiero… No puedo.

Xavier no me dice nada, pero yo sé lo que está pensando. Tengo que hacerme a la idea, pero no quiero. No quiero aceptarlo. Me angustia el solo hecho de pensar en ello. Necesito montañas, necesito caballos y prados con flores, ¿cómo voy a poder vivir sin eso?

—¿Cuándo lo sabrán los demás?
—Cuando se aburran de mirar el universo y se hayan olvidado de lo mal que lo pasaron con la hibernación y empiecen a preguntar cuándo hibernaremos de nuevo.
—¿Por qué esperar?
—¿Por qué amargarles la vida tan pronto?

Miro a mi alrededor y veo a la gente conversando animadamente, algunos ríen, los niños corren y juegan, muchos miran el universo… Luego miro a Xavier a los ojos.

—Es una idiotez lo que voy a decir, pero… me alegro de que estés aquí. Si no hubiera alguien como tú en este lugar, la situación sería insoportable, creo que me volvería loca.

Él sonríe con timidez.

—Yo también me alegro de que haya alguien como tú aquí, aunque sea una idiotez querer que alguien esté en este lugar.

Intento devolverle la sonrisa, pero hay algo en mi subconsciente, algo que me preocupa más que el hecho de no poder regresar jamás a la Tierra. Algo que me molesta, que es como un aguijón en el cerebro. Tengo que saber lo que Xavier piensa.

—Los dos supervivientes no representan ningún peligro, ¿verdad? No sé, tal vez es que he visto muchas películas, pero me asusta un poco pensar que pueden estar contaminados de alguna forma y ser peligrosos.

Xavier no me responde, me mira y solo con su mirada sé que a él también le preocupa. 



      © Trinity P.Silver

                                        

viernes, 17 de mayo de 2013

EL DORADO EN SOMBRAS 2ª Parte: La llegada



La llegada

Hace horas que salió una expedición y no ha vuelto.
La espera se nos está haciendo eterna.

—¿Hay alguna novedad? —le pregunto a Xavier.

—Ninguna... mi padre está muy preocupado… No hay contacto con el exterior, las comunicaciones con las naves nodrizas es inexistente. Están ahí, pero parecen abandonadas y deshabitadas.  Es como si nunca se hubiesen usado.
—¿Y qué hay de los científicos que se supone que llegaron aquí hace veinte años? —pregunta Tim.

Xavier respira hondo antes de contestar:

—No han encontrado a nadie… todavía… No os puedo decir mucho más. Mi padre me había dejado que lo acompañara a la sala de control cuando salió la expedición, pero como la tensión iba en aumento, me dijo que me fuera, que ya volvería a llamarme cuando se supiera algo, pero han pasado horas y está todo herméticamente cerrado. No he podido volver a hablar con él.
—A ver, todavía no han encontrado a nadie, pero están ahí, ¿no? —insiste Tim—. Deben de estar ahí, en alguna parte, no pueden haber desaparecido, ¿cuántos eran? ¿Cincuenta como nosotros? ¿Y su nave? ¿Dónde está su nave?
—La nave está ahí, Tim —repite Xavier con paciencia—, pero no hay signos de vida.

Tim parece confuso y sigue insistiendo en el mismo tipo de preguntas que Xavier responde con calma.

Mi mirada se encuentra con la de Xavier y por la angustia que puedo ver en sus ojos verdes sé que algo ha ido mal, muy mal...

Me alejo de ellos, pero quedamos en vernos un poco más tarde y en mantenernos informados de lo que vaya ocurriendo.

Por fin llegó la expedición. 

La tripulación está reunida. Parece que todos están muy nerviosos. 
Sabemos que han regresado por todo el jaleo que ha habido: gritos, prisas, carreras, puertas que suelen estar abiertas, cerradas,… pero aparte de eso no sabemos nada más. Nadie sabe nada más, ni siquiera Xavier. Su padre no ha vuelto a dejarlo entrar en la sala de control, pero él se mantiene cerca, a la espera. 

Los paneles de visión están herméticamente cerrados. Al principio, cuando aterrizamos, los abrieron y las potentes luces de la nave hacían posible ver el exterior como si fuera de día. Luego, sin previo aviso, los cerraron. Solo mantenían abiertos los de la parte frontal de la nave, donde está la sala de control, que es un lugar de acceso restringido y al que solo pudimos entrar cuando la capitana nos invitó para soltarnos su discurso de bienvenida.

Ya habían cerrado los paneles cuando salió la expedición, así que no hemos podido ver nada… tal vez sea mejor así. Algunos pasajeros empiezan a ponerse nerviosos y a impacientarse. 
Los gemelos de Texas parece que noten la tensión en el aire y se ponen a llorar a cada dos por tres. Los demás niños no lloran, pero están intranquilos.

Al cabo de un rato, Xavier viene a nuestro encuentro, está pálido. 
De repente, se oye una alarma seguida de una voz a través del sistema de sonido que avisa a todos los pasajeros para que vuelvan a sus habitáculos de inmediato.
No es la voz de la capitana y eso me extraña mucho. Me extraña muchísimo. 
La gente está asustada y corre a refugiarse a sus habitaciones, ahora sí que lloran y gritan los demás niños.
Nosotros tres nos quedamos en la sala grande mientras la alarma sigue resonando.

—¿Qué ha pasado? —pregunta Tim con impaciencia.

Xavier no responde inmediatamente.

—¿Y la capitana? —le pregunto yo casi gritando para hacerme oír por encima del sonido de la alarma.

Me mira a los ojos y dice:

—Ha muerto... Han muerto casi todos.

Ha hablado tan bajo que casi he tenido que leerle los labios.   
Durante unos segundos pienso que es imposible, seguramente ha querido decir otra cosa y yo no lo he entendido.

—Pero, ¡¿qué ha pasado?! —pregunta Tim con desesperación.

De repente, la nave se tambalea y perdemos el equilibrio. Nos caemos al suelo. La nave se alza y cae pesadamente de nuevo. El impacto nos hace rebotar.

—¡Tenemos que sujetarnos! —nos ordena Xavier.

Sale corriendo hacia los asientos laterales y nosotros lo imitamos, pero antes de llegar, la nave se tambalea de nuevo y salgo despedida en dirección contraria. La nave vuelve a caer pesadamente y yo vuelvo a rebotar por la sala lejos de los asientos de sujeción. Siento un dolor horrible en el costado. Oigo a la gente chillar presa del pánico.

—¡¿Pero qué está pasando?! —grita Tim.

No sé cómo, pero Xavier llega a mi lado, me agarra con fuerza y aprovecha uno de los rebotes de la nave para prácticamente volar al otro lado de la estancia, caemos al suelo y grito de dolor, ahora sí que creo que me he roto algo. Él no me suelta, consigue llevarme al lateral, donde están los asientos de sujeción. 
Los gritos siguen. 
Me duelen tanto las costillas que no puedo respirar, tengo náuseas. Todo se mueve. Es como si la nave quisiera escapar de una sustancia pegajosa que la obligara a caer una y otra vez. 
Los motores gimen con fuerza intentando separarse de la sustancia que los mantienen pegados como si fuera chicle. Los golpes y los zarandeos se suceden sin parar. 
He perdido la noción del tiempo. Por un momento me he trasladado años atrás, cuando era pequeña y solía ir a la feria y me montaba en las montañas rusas. 
Todo se mueve con golpes bruscos, todo me da vueltas. 
El dolor es insoportable. 
He vomitado en el aire y al caer de nuevo mi propio vómito me ha caído encima. Creo que voy a morir, que todos vamos a morir…
No oigo mis gritos por todo el ruido que hay a nuestro alrededor, pero grito a pleno pulmón a pesar del dolor desgarrador en las costillas. No puedo dejar de gritar.

Si hubiéramos estado en el exterior, habríamos visto a la nave envuelta en sombras como una mosca que intenta escapar de una gran telaraña negra, pero no estamos en el exterior. En el interior, todo son golpes, zarandeos y gemidos metálicos.

Continuará...




© Trinity P. Silver


viernes, 10 de mayo de 2013

EL DORADO EN SOMBRAS 1ª Parte: El despertar


El despertar


Todavía no nos hemos recuperado de la hibernación. Me duele la cabeza. La mayoría de los niños siguen llorando y vomitando. Creo que yo ya he echado todo lo que tenía que echar, pero sigo mareada. 

La capitana nos ha dicho que apenas quedan unas semanas para llegar a nuestro destino. Nos han despertado con tiempo para que nos hagamos a la idea. Yo no me hago a la idea. Me es imposible pensar que todo lo que conocía y amaba ya no existe. Mis amigos llevan miles de años muertos, años en los que yo he estado hibernando, como el resto de los pasajeros. Tengo náuseas otra vez. Me pregunto cuándo acabará esta pesadilla de los vómitos. La hibernación nos ha sentado mal a todos y los berridos de los niños solo aumentan esta sensación de malestar. Al principio creía que iba a morir, creía que no lo iba a soportar, pero todos hemos logrado sobrevivir… de momento.

Somos colonos. Vamos a habitar un planeta que se descubrió unos cincuenta años antes de que yo naciera y ahora tengo quince años, bueno, quince años tenía antes de dormir miles de años.

Nos dirigimos al planeta dorado. Al parecer los científicos piensan que la capa superior es de oro o de un mineral parecido al oro. Por eso estamos aquí, siempre se trata de dinero al fin y al cabo. Vamos en busca de El Dorado en el espacio.

—¿Te encuentras bien, Emma?

Miro a mi padre, pero no le contesto, sigo enfadada con él, sigo enfadada con todos por haberme arrancado de mi casa en Virginia, de mi entorno de praderas verdes, de mis amigos, de mi caballo Sweet Eyes,… la furia crece dentro de mí cada vez que recuerdo esa conversación con mi padre. 
“No tenemos más remedio que aceptar esta oferta, he perdido mucho dinero en los negocios. Estoy arruinado y no solo eso… Me he metido en líos, hay gente que me haría mucho daño si no les pago lo que les debo, y no solo a mí... No soportaría que os hicieran daño a ti y a tu madre... Vamos, Emma, no me mires así, por favor, te gustará, será como estar dentro de una película de ciencia ficción, será una gran aventura,…”.  
Grité, lloré, me escapé de casa, pero no sirvió de nada.

Los gemelos de Texas están muy inquietos, no paran de llorar, son los más pequeños del grupo. La edad mínima para aceptar a los hijos de los colonos era de cuatro años y no creo que los gemelos hayan cumplido todavía los cinco.  La mayoría de las familias tienen niños de edades entre los seis y los trece años. Yo soy de las mayores, bueno, solo somos tres adolescentes. El chico de Wisconsin con diecisiete años es el mayor de los tres. No para de mirarme y me pone nerviosa. Ahora me está mirando de nuevo, así que me vuelvo hacia él y le pregunto:

—¿Por qué me miras?
—¿Tú qué crees?

Tiene una sonrisa bonita y está cuadrado, seguro que era atleta o jugaba al rugby en su instituto.

—¿Porque soy la única chica de la nave?
—No eres la única, también está la capitana.

La capitana debe de tener unos treinta y cinco años, o tal vez cuarenta, pero es preciosa, rubia, alta y con cuerpo de modelo de Victoria’s Secret. No sé por qué, pero en ese momento me da mucha rabia que me compare con ella.

—¿La capitana es una chica? Pero si podría ser tu madre.

Él se ríe divertido.

—¿Estás celosa? ¿Crees que eres la única chica guapa de la nave?
—Déjame en paz —le digo mientras me alejo caminando deprisa—. Y deja ya de mirarme.

No me gusta que me digan que soy guapa porque no lo soy. Soy normal, con el pelo castaño, los ojos castaños, estatura media, constitución media. No hay nada en mí que sea llamativo, bueno, tal vez mi pelo porque lo tengo muy largo, me llega casi hasta las caderas y es liso como una tabla de planchar. Puede ser que sea bonito, no lo sé, pero sí sé que es parte de mi personalidad.

El chico de Wisconsin me sigue mirando, me sonríe y me guiña un ojo. Supongo que para él soy una especie de reto.
El otro adolescente es el español de los ojos verdes. Su padre forma parte de la tripulación, me pregunto por qué ha arrastrado a su familia a este lugar… Sé que llevaban varios años viviendo en California antes de formar parte del proyecto. El padre es científico, tan guapo como su hijo, con los mismos ojos verdes. La madre es rubia con ojos azules, pero tiene las facciones demasiado grandes para resultar atractiva. Ellos son los únicos extranjeros, bueno, ahora que lo pienso bien, resulta bastante estúpido llamar extranjero a alguien que está en medio del universo, en todo caso, todos somos extranjeros.

La carga de la nave es prácticamente de tierra, semillas y plantas, me pregunto por qué llevamos tanta tierra. Se supone que hace cuarenta años enviaron naves con tecnología y maquinaria; y hace otros veinte años enviaron una expedición de técnicos que iban a preparar las naves en habitáculos para los colonos.... veinte años en aquel lugar… ¿qué nos habrán preparado? ¿Cómo será nuestra casa? No mucho más acogedora que la nave en la que estamos, eso es seguro. Ese planeta tendrá oro, pero no tendrá campos verdes, ni bosques, ni caballos… el corazón me da un vuelco cuando pienso en Sweet Eyes, lo echo tanto de menos…

Me gusta la familia de Washington. Sarah es profesora de matemáticas y Rob es arquitecto. Tienen una hija de diez años y otra de siete.

—¿Vosotros también os arruinasteis como mis padres para aceptar venir a este lugar?
—Oh, no. No tiene nada que ver con el dinero. Es solo que nos pareció una idea brillante poder viajar a través del universo gratis y sin ser astronautas… era simplemente un sueño hecho realidad. Siempre hemos buscado nuevos retos, así que en cuanto supimos del proyecto, nos inscribimos. Nos pusieron en lista de espera, pero al final nos aceptaron. ¡Fue muy emocionante cuando nos dijeron que íbamos a viajar al planeta dorado!
—Pues para mí fue una tragedia.
—Vamos, Emma... Lo peor ha sido despertar de la hibernación, pero ya ha pasado.
—Todavía no hemos llegado, no sabemos qué nos espera.
—Tranquila, a nosotros nos aseguraron que todo estaba muy bien organizado. No habrá ningún problema. Las primeras naves llegaron hace cuarenta años, y los científicos y demás técnicos hace veinte años. Con toda la tecnología punta que trajeron, todo estará perfecto para que nos asentemos y formemos un hogar, ya verás, cariño, será genial, no te preocupes.

Yo no tengo muchos conocimientos de ciencia, pero hay algo que para mí es obvio y no encaja, así que le digo:

—Pero, ¿cómo pueden saber que todo estará bien organizado si la comunicación con la Tierra es imposible debido a la distancia tan grande que hay? Si las primeras naves tardaron miles de años en llegar, al igual que nosotros, eso quiere decir que aunque nosotros saliéramos con cuarenta años de diferencia, la primera misión espacial estaba todavía en camino cuando nosotros abandonamos la Tierra… No tienen forma de saber que todo estará organizado.

Sarah se queda pensativa unos instantes, pero luego vuelve a sonreír con esa sonrisa contagiosa que tiene.

—Hemos llegado hasta aquí sanos y salvos, ¿verdad? Pues deja de preocuparte, Emma, todo va a salir bien, ya verás.

Me aprieta la mano para darme ánimos, pero lejos de sentirme animada, cada vez me siento más inquieta. Sigo pensando que esta es una misión suicida…

La capitana nos ha invitado a todos (a los cincuenta pasajeros además de los miembros de la tripulación al completo) a la sala de control. Vamos entrando y nos vamos colocando de pie unos detrás de otros. Cuando ya estamos todos, se abren los paneles de visión y contemplamos por fin el planeta dorado, el que será nuestro hogar. Hay exclamaciones por todas partes al verlo, “qué bonito”, “parece una joya en el firmamento”, “cómo brilla”, “¿todo eso es oro?”. Algunos hacen hasta bromas acerca de toda la cantidad de oro que les espera, pero a mí me da un vuelco el corazón. Tengo miedo.

La capitana está hablando, tiene don de mando, habla con firmeza y autoridad, pero yo no escucho lo que dice, no puedo dejar de observar ese círculo dorado y las sombras negras que lo rodean como un velo de gasa transparente.

—¿Qué son esas sombras negras?

Mi voz ha sonado demasiado fuerte, no pretendía que nadie me oyera. Me hacía la pregunta a mí misma, pero ahora todos están en silencio y me miran. La capitana se dirige a mí:

—No sabemos qué pueden ser, pero lo más probable es que se trate de gases de algún tipo que envuelven la atmósfera. No hay nada de qué preocuparse. Llegaremos dentro de una semana. Esperamos que todos estén recuperados para entonces, en especial los más pequeños, nos esperan unos momentos muy emocionantes y trascendentales…

Vuelvo a sumirme en mis pensamientos y dejo de escuchar lo que dice. Esas sombras se mueven, si a esta distancia podemos ver cómo se mueven, ¿a qué velocidad deben de ir?
Me giro y veo al chico español que me está mirando, pero en cuanto lo miro, él aparta la mirada. No es como el chico de Wisconsin, si me mira es por algún motivo, tal vez por la pregunta que he hecho, tal vez haya escuchado algo de su padre. Tengo que hablar con él.

Me lo encuentro a la hora de la comida y voy directamente a su encuentro, él parece sorprendido y no sabe hacia dónde mirar. Pero yo soy directa y no me voy por las ramas.

—Te he visto en la sala de control, me miraste cuando pregunté por las sombras.
—Todo el mundo te miró.
—Pero luego la capitana siguió hablando y ya nadie me prestó atención, sin embargo, tú seguiste mirándome. ¿Qué sabes de esas sombras negras?

Él me observa unos instantes sin responder, pero luego dice:

—No sé nada más aparte de lo que ha dicho la capitana.

Tiene la voz grave, profunda, me gusta el sonido de su voz con ese acento del norte de España.

—Tu padre forma parte de la tripulación, seguro que han hablado del planeta y tal vez tú has escuchado algo.
—Ya te he dicho que no sé nada.
—Si lo supieras, ¿me lo dirías?

Lo miro a los ojos con intensidad, con súplica, con temor... No sé qué ve él en mi mirada, pero al final asiente.
Oigo a Sarah, me llama para que vaya con ellos a comer, mis padres se encuentran también allí, intentan parecer contentos, pero yo sé que no lo están.

Cada día que pasa hablo más con el chico español, se llamar Xavier, tiene un año más que yo y es muy inteligente. Habla como un científico, tal vez sea influencia de su padre. También suelo hablar más con el chico de Wisconsin, Tim. No es tan superficial como yo pensaba al principio, es bastante payaso y le gusta hacer reír a los demás, eso está bien, los niños se olvidan de la pesadilla de las vomiteras cuando Tim los entretiene. 
A veces coincidimos los tres, poco a poco nos estamos haciendo amigos. 
Ahora me encuentro más cómoda aquí y no me importaría que esta situación se prolongara un poco más, pero el momento culminante está al llegar.
Mañana aterrizaremos.
Todo el mundo está emocionado. Yo no.


Continuará...




© Trinity P. Silver